CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 22 de octubre de 2012

LA ORACIÓN II. 5.3 LA RESPONSABILIDAD DE ORAR


5.3 La responsabilidad de orar

¿Somos conscientes de la responsabilidad de ponernos ante el Señor?
Al poner en nuestra boca el nombre de Jesús, debemos ser responsables de lo que le pedimos. Nos llegaremos al desengaño si esperamos de Dios una respuesta inmediata a nuestros ruegos. 

Esta respuesta, si fuera dada por Dios de esta manera seria paternalismo puro, y Dios es un padre que enseña pero deja vía libre al hombre para que camine (no somos hijos de papa, ni siquiera de papa Dios). 

Él nos ayudará, en cambio, dándonos su Espíritu, que, como ya experimentamos en la vida diaria es la fuerza de nuestra fuerza”.

No debemos de caer en la tentación romana de “FATIGARE DEOS”/cansar a los dioses para conseguir los logros necesarios. Esto nos llevaría a realizar un trueque con Dios, algo inaceptable en una persona de fundada fe.

“la voluntad divina tampoco se determina a querer, por las palabras del hombre, lo que antes no quería […] La oración dirigida a Dios es necesaria por causa del mismo hombre que ora, a fin […] de que se haga idóneo para recibir” (S. Tomás de Aquino)

En Génesis 18,23-32, tenemos el reflejo de lo que nos explica antes santo Tomás, según el episodio cuenta la intercesión de Abraham ante Sodoma y Gomorra. El patriarca entiende que Dios esta equivocado y considera que en su regateo le ayuda a este, a Dios a recapacitar y considerar la salvación de cada vez, menos justos:

“Se le acercó y le dijo: "¿Vas a destruir al justo juntamente con el pecador? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a destruir la ciudad? ¿No la perdonarás en consideración a los cincuenta justos que hay en ella? […]  Abrahán volvió a decir: "No se irrite mi Señor. Voy a hablar por última vez. A lo mejor sólo hay diez". Y el Señor respondió: "No la destruiré en consideración a esos diez".

El final de la historia es claro, desde el principio sabía Dios cuales eran los justos y cual era el destino de las ciudades, y nos preguntamos por ello: ¿no sirvió para nada la oración de intercesión de Abraham? 
Sí, para mucho. Para que cuando se cumpliera la voluntad de Dios, comprendieran que esta era justa y pudiera aceptarla y aprender de lo sucedido. 

La oración no es para cambiar a Dios, sino a nosotros que somos los capaces –con su ayuda- de cambiar el mundo. La oración no es para adaptar la voluntad de Dios a la nuestra, sino la nuestra a la voluntad de Dios:

“padre mío, si es posible, que pase de mí este trago; pero que no sea como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt26,39)

Ninguna oración muestra mejor este fin que la del Hermano Carlos de Foucauld que dicen los jesuitas al terminar el día y reposar:

         Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy gracias.

Estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo ninguna otra cosa, Padre.

Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor
de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme:
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.

Por ello, al considerar lo dicho, debemos tener en cuenta que para que nuestra voluntad se ponga de acuerdo con la de Dios, mas que hablarle será apropiado escucharle. Así invitaba Unamuno a la oración: “¡silencio, silencio, para oír al Señor!”.

En este silencio encontraremos el equilibrio, el susurro, la palabra oportuna, el acontecimiento clave para interpretar… silencio.

Así hacia Samuel cuando comprendió y se puso en sus manos.

         “habla Señor, que tu siervo escucha”(1Sam3,1-20)


Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)